martes, 1 de febrero de 2011

LA MONTAÑA DEL SOL Y DE LA LUNA.


En el 1833 un viajero romántico Richard FORD, británico, que vivió en Sevilla y Granada, se dio sus escapaitas por los alrededores de cada una de las ciudades y es de suponer que cuando estaba viviendo en Granada fuese o viniese a lomos de algún asno, para ir del Sol a la Luna o en sentido contrario. Por los datos, los que dejo escritos, ese pasaría por el río que pasaba frente a Benínar. !Seguro!.

Nada más por dejar escrito, Richard (¿a que suena a colega como lo escribo al no colocarle lo de FORDDDDD?. Pero es que, al leer lo reflejado en “Almería visto por los viejeros, …”, esa forma de ser , es de los que brillan con luz propia como lo hacen estos días de carnavales los copleros en Cádiz) esta definición, que la escuchase, le leyese o se la inventase, nada más por ello :

“Alpujarras, último refugio de montaña de los moriscos. Según algunos, las sierras de Gádor y Contravieja son el núcleo de las “Montañas del Sol y la Luna” de los moros”.

Nada más por ello, se le puede perdonar lo que aparece en el libro publicado por I.E.A., que al inglés le gustaba: “A lucir su ingenio burlesco a costa de los españoles”.

Otro parrafito del colega Richard:

“Los habitantes son medio moros, aunque hablan español. Las mujeres, con sus mejillas color albaricoque, (¡tela marinera!) sus ojos y cabello negro, miran de forma salvaje al infrecuente forastero desde sus ventanas como escotillas, apenas mayores que sus cabezas”.

En éste párrafo está más perdió que el “barco laroz”. ¿Las benineras en tan corto espacio de tiempo, en tan solo un siglo, de Richard Ford a Eugenia Doucet han podido evolucionar dentro de una sociedad cerrada, hermética, de ser unas salvajes a plantarse delante de un vendedor y hacer encaje de bolillo con los sueños de la venta?.

Escribe Eugenia Doucet de las benineras:

“Los vendedores (de cerdos, de cántaros, de cebollas matanceras, de retales de tela, de especies, talabarteros, ..., de todos los oficios moriscos, ) procedentes de una línea sanguínea, enriquecida por los años de comercio judío y morisco, taimaría gitana y jovialidad andaluza, los cogían las mujeres de una calle, lo rodeaban y dialécticamente lo derrotaban”.

Otra definición de aquella zona cuando pasó por allí Richard, cuando el que escribe la vivió intensamente, en su plenitud, de cantos de pájaros, de melodías de acequias y brazales, de frutales en su floración y después llenos de frutas, de silencios de cerros rotos por el canto de una perdiz, (...), en su niñez y adolescencia, dice el inglés:

“A pesar del tráfico, los caminos son inicuos y es que así fue siempre, porque, como dice un poeta moro de estos lugares:

El único remedio para el viajero es parar; los valles son jardines del edén, pero los caminos lo son del infierno”.

¡Ay!, Alpujarra, Alpujarra, a donde se tiene que ir para ver, para oler, saborear, para andar, puesto que por allí no se pasa ni para ir, ni para venir a ninguna parte.

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