Recurro a las sensaciones que perciben mis sentidos para expresar lo que me llega a la mente cada
vez que me coloco delante del ordenador para escribir.
La sensación de glotonería, como cuando me toca un compañero de mesa que
acapara todo lo que encuentra para engullir y por supuesto en vez de imitarlo,
reacciono en sentido contrario, se me quitan las ganas de comer.
La sensación de agotamiento e impotencia me llega casi siempre que empiezo por ver lo que escribe cada día los trescientos sesenta y cinco días
del año Antonio Burgos o mi profesor José Antonio Hernández. En esta ocasión al acudir a los escritores citados mentalmente me visto, me calzo para la
carrera para llenar el folio en blanco, pero
con mis músculos nada más pisar la calle me siento un canijo que no seré capaz de
seguir sus pasos, y en la mayoría de las ocasiones renuncio. En esta ocasión me
llega un escrito que en similitud de hacer o no hacer ejercicio, saco la
conclusión, que la carrera la han calculado casi a mi medida, me lleno de ánimo
y comienzo a teclear.
El escrito que me ha devuelto los ánimos es el siguiente de José Antonio Hernández Gerrero:
Leer y escribir son potentes estímulos que ayudan a
sobrevivir y que nos orientan para lograr ese bienestar necesario y, por lo
tanto, posible. La vida, como todos
sabemos, es un viaje que, al alejarnos de nosotros mismos y acercarnos a
lugares lejanos y a personas diferentes, nos descubre el interior de nuestras
conciencias y, a veces, de nuestras pertenencias. La lectura y la escritura nos
desvelan nuestras carencias y, a veces, nuestras pertenencias. Leemos y
escribimos –viajamos- para regresar, para identificar ese fondo que, proyectado
en el espejos de los otros, permanece oculto o agazapado.
Leemos y escribimos –viajamos- movidos por un impulso
–quizás inconsciente- de ilusionada esperanza, de esa espera plenificada por la
aceptación del presente. Leemos y escribimos animados por la convicción secreta
de que las palabras son semillas que, regadas con nuestros sudores o con
nuestras lágrimas, darán frutos saludables y jugosos.
Leer y escribir son alentadoras tareas que nos
acompañan en nuestro caminar diario evitando que corramos demasiado de prisa o
que nos detengamos inútilmente. La lectura y la escritura son paseos que
orientan nuestras miradas para que contemplemos nuestros alrededores, para que,
encontrándonos con lo otro o con los otros, nos descubramos a nosotros mismos
y, vivamos la vida.
En el Club de Letras pretendemos elaborar un tipo de
literatura
-
conectada con la vida,
-
que lea, interprete, comprenda y recree la realidad que, a
veces, vivimos sin sentirla,
-
que nos despierte del sueño mentiroso de las ofertas
publicitarias, de los intereses políticos, de los mensajes comerciales, de las
ideologías vacías, de las promesas engañosas.
Una literatura que nos haga soñar, por ejemplo, con un
mundo en el que impere la justicia, la igualdad y la dignidad humana.
Una literatura que nos explique que es posible la paz
personal, apoyada en la unidad interior y en la armonía familiar y social.
Una literatura que estimule el gusto -el placer- de
vivir y que alivie los dolores y de los sufrimientos del vivir y que nos anime
a mantener la lucha de la vida y por la vida.
Una literatura que recupere la memoria, que adelante y
cree –que invente- el futuro.
Hemos de tener en cuenta que, tanto la memoria como el
futuro son productos de la imaginación que, como es sabido, puede ser creadora,
liberadora o destructiva y aniquiladora.
La imaginación siempre va unida a sensaciones y a
emociones
Y es que, no sólo la Psiquiatría y la Psicología nos
enseñan que, para vivir el presente, hemos de volver al pasado, sino que
también la Historia, la Literatura y el Arte nos exigen que recordemos las
experiencias gratificantes para disfrutarlas de nuevo, y las dolorosas, para
que reviviéndolas, eliminemos sus productos tóxicos.
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