Recuerdo algunos benineros
que disfrutaban cavando, sobre todo cuando se llegaba a la última cavada, se miraba atrás y se contemplaba el huerto preparado para la siembra; como el pintor al terminar un cuadro o el artesano su
última pieza. Recuerdo que Eugenia Doucet, recién llagada a Benínar no podía resistir contemplar a un
beninero que pasaba por delante de su casa con la azada al hombro. Decía que
era la mejor fotografía que había visto en toda su vida de cómo andaba erguido andando
por la calle empinada como andar por el llano. Que aquel hombre era el descrito por
García Lorca: “…, la vara de mimbre de Antoñico el Camborio”. Bien es verdad que es necesario haber nacido
con dicho don, como estar dotado para
percibir sonidos y disfrutar de ellos, o, juntarlos todos en una composición
musical, componer, crear el ritmo, el
son; el percibir olor, texturas del
estado de la tierra, eso lo disfrutan solo unos cuantos.
A lo que me quiero referir, es que cada vez se está perdiendo disfrutar cavando, del olor especial que tiene la tierra cuando admite la
azada. Utilizo la comparación para que todo el mundo me entienda, se parece al olor que tienen las hembras
cuando entran en celo y lo perciben los machos de su especie.
Hoy he terminado de cavar el
huerto y he siento la satisfacción de tener preparada la tierra para recibir
las semillas y que crezcan las plantas. Dicha satisfacción es superior a sentir
el cansancio. Es superior a que mis hijos aún no se han incorporado a la siembra del huerto y no encuentro la forma
de convencerlos. Es superior a los desánimos que me intentan trasmitir mis colegas jubilados que tienen huerto y lo han
abandonado por las epidemias que suelen aparecer que comprar los insecticidas,
al final salen los productos más caros que si se compran en un supermercado. La
satisfacción de la tierra labrada solo lo puedo compartir con muy poca personas
y mucho menos con los que viven en una capital que tan lejos viven de la tierra
de la que se alimentan.
Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños y visitábamos a los primos de Almería en la casa de sus
abuelos maternos, en la puerta de la casa descargaban un camión
de arena para que los críos pequeños jugasen en ella y sobre todo según la
teoría del que aportaba la arena: “los niños pequeños tienen que comer tierra”. Para disfrutar cavando tienes que mamarlo desde chiquitito y aún así, ese don no cuaja en todas las personas.
Dos cosas para terminar:
-
No sé que porcentaje de abuelos que nacieron y vivieron en
pueblos, el contacto directo con la siembra, con los animales, las fases de la
luna y su influencia en la siembra por
ejemplo, que dichos conocimientos morirán con ellos sin poder trasmitírselos a
sus nietos. Y si se los transmiten no los comparten. Deberían reclamar un trozo
de huerto a sus ayuntamientos para disfrutar de ellos, y enseñar a sus nietos que las lechugas por ejemplo no salen de las
máquinas. Pero sobre todo que vean cómo crecen las plantas y que sus manos
toquen la tierra. Recuerdo a un maestro del piano en la actualidad, (me lo
recuerda cada vez que nos encontramos) que cuando era pequeño su abuelo vino a
casa le enseñé el huerto y el niño exclamaba: “Abuelo hay zanahorias vivas”.
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Me estoy planteando montar una academia para que los críos del
barrio a la vez que van a clases de todas las asignaturas, al no existir las que enseñan a nuestros infantes el
lenguaje de la tierra, la siembra, …, y como no a cavar, dicho ejercicio físico
además de ser más completo que jugar al fútbol, la siembra siempre da
resultados, no como estar toda la niñez y adolescencia ejerciendo un deporte,
que cuando se llega una determinada edad, casi todos se plantean su continuidad
(sobre todo los que no están dotados para el fútbol por ejemplo) puesto qué,
dichos deportes, ni dan garbanzos, ni
cebollas, ni boniatos.
1 comentario:
Es interesante el artículo sobre la utilización de los terraos para huerto.
Lo principal es que los viejos agricultores están desapareciendo sin dejar los conocimientos adquiridos es sus descendientes.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/ecoheroes/2014/05/29/el-abuelo-de-los-tejados-verdes.html
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