Creo que a
Carmen nada más nacer su madre Martirio le colocó un delantal para que se le
fuese haciendo el cuerpo, que nada más clarear el día había que espabilarse y
ponerse a trabajar hasta que apareciesen en el cielo las estrellas y así todos
los días del año, durante toda su vida.
En Benínar
se le asociaba como la mujer que supo vencer la hepatitis, estando tres meses
enteros comiendo tan solo patatas cocidas, sin sal ni nada de nada. El que le
diagnosticó dicha enfermedad fue Don Emilio Durán Mediavilla, en el tiempo en
que Martirio la madre de Carmen fue criada del médico.
Carmen era
de las mujeres que en el pueblo no
acudía a los rosarios, ni a las misas,
ni las procesiones, ni tampoco acudía un ratico para divertirse en la plaza
durante las fiestas. No creo que acudiese por Navidad a los coros en la plaza
ni a esperar la música de Eugijar cuando entraba al pueblo. Para que nadie le contase como fueron todos
los acontecimientos del pueblo, en un momento se asomaba a las escalerillas con
su delantal puesto, en vivo y directo
ella valoraba como fueron dichas fiestas, sin esperar que nadie le
aportase un juicio de cómo habían sido.
Sumergida en una sociedad bastante dada
al chismorreo ella, siempre valoró aquello que habían contemplado sus ojos y
siempre enjuició en base a como ella hubiese actuado en dichas circunstancias.
Fue de las
pocas que cada vez que se levantaba se ponía a trabajar no pensando en el
dinero que recibiría a cambio, para después comprarse un vestido o unos
zapatos, puesto que, al no ir a misa el Domingo de Ramos (por el dicho que se
decía en el pueblo que el que en ese día no estrenaba algo se le caían las
manos) ni pisar la plaza en los días de fiesta del pueblo cada vez que se
cambiaba de vestido tenían que pasar años, por pura necesidad. Tampoco
necesitaba ropa nueva para viajar, tendrían que pasar muchos años para que
conociese su capital Almería y por cuestión de médicos.
A pesar que
toda su familia eran emigrantes cada vez que se le sacaba el tema tanto ella
como su marido haciendo espavientos contestaban: ¡Quita!. ¡Quita!. ¡Quita!,
... "Que en Cataluña ni se amarran los
perros con longaniza ni se apedrean con trozos de lomo en manteca".
Las manos más expertas para en un santiamén
elaborase todos los embutidos de una matanza. La que con más coraje cogía una
canasta llena de ropa sobre su cadera y
río arriba, hasta encontrar el agua
para lavarla. En la era trabajaba a la par de los hombres y se cargaba con los
mismos sacos. Solo la vi llorar en un velatorio y mientras lloraba, le pasaba
un paño a los muebles, a las sillas, si es que no hacía falta estar en la
cocina pendiente del puchero.
La mejor
pastelera de Benínar y sabía cómo sabían los soplillos o las madalenas al meter
el dedo en la masa para ver si estaban en su punto con todos los ingredientes.
Si acudía a una boda era con su delantar para ayudar no para sentarse y que le
sirviesen.
Nunca la vi
sentada al caer la tarde en su puerta o en la de cualquier vecina con una
canasta de ropa a su lado, para disfrutar de la tarde, de la charla entre
vecinas, de la brisa que llegaba del Cejor. Nunca tomó la decisión de decirle
al Lucero del Alba si lo tenía delante: Esta tarde me siento en la silla para
descansar y mañana ya veremos.
La vi
totalmente derrumbada al visitarla por la muerte de una de sus hijas a la edad
de treinta años. Me dieron ganas de abrazarla, apretarla y estar en esa
posición un buen rato, pero no lo hice al recordar mi niñez y mi juventud,
cuando trabajaba en casa de mis padres y hubo muchos momentos (sobre todo
cuando mi madre se cabreaba conmigo y me encontraba solo e incomprendido) en
los que necesite sus abrazos y sus besos y Carmen la de Martirio en aquellos
momentos creo que no conocía, no había descubierto las sensaciones de los
abrazos ni por supuesto los besos. No sé si con el paso de los años mi querida
Carmen habrá encontrado la ternura de un beso, la descarga que representa
cuando recibes un abrazo. Veremos cómo
reacciona San Pedro cuando se entere que
Carmen todo ese cargamento sentimental lo devuelve casi intacto.
No sé si fue
el hambre, la orfandad, la guerra civil o todo junto le que marcó en su mente
la frase: Trabaja, trabaja y trabaja hasta el límite de tus fuerzas. Si en vez
de orientar su vida al trabajo lo hubiese dedicado a la oración, sin duda
alguna hoy hasta los benineros agnósticos seguro que estarían planteándose la
duda de si Carmen debería estar en los altares, como una santa.
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