Los Heredia
de Málaga en el 1820 era una familia (hoy se les catalogaría de
emprendedora) que pretendía crear en su ciudad un polígono industrial que en
aquel tiempo no existía en España. Dicha familia descubre que el carbón mineral
será el motor de la industrialización que se está desarrollando por toda Europa
pero que aún no había llegado a España. En Málaga se crean unas cuantas
industrias y para ello se necesitaba mano de obra que llegue de otros lugares.
Para ello se construyen unos cuantos barrios para alojar a los obreros que
llegan de otras partes. A este hervidero vuelve Faustino para plantear la construcción
de la zanja en Benínar.
Cuando
nuestro protagonista entra por la puerta de aquella gran casona en Málaga, para
él es volver al regazo, a los juegos de niño y adolescente y por ello una
amplia sonrisa se hospedará en su cara que durará hasta que vuelva de nuevo a subir
al carromato de vuelta a los trabajos encomendados en La Alpujarra. Al primero
que ha visto es al jardinero y se han sentado en el muro de un arriate los dos juntos y se han puesto a
hablar mientras que de vez en cuando se dan un abrazo, mientras el jardinero le
está poniendo al corriente de todo lo ocurrido en su ausencia. Ha llegado el ama de
llaves, se ha sentado con los dos y los recuerdos los han contagiado, las risas
son espontáneas y del encuentro los presentes no perciben que está pasando el
tiempo que el sol no se detiene para que ellos disfruten.
Cuando el
dueño y señor de los Heredia tiene a Faustino delante y escucha los proyectos
de aquel joven (aquel entrañable niño que nadie de la familia daba un real por
lo que sería de mayor) que se ha transformado no solo en todas las palabras que
utiliza, también físicamente lo ve espléndido. El dueño y señor está embobado y a todo lo que dice le contesta un:
-
Por
supuesto que sí.
Faustino
regresa con una faltriquera tan repleta
que puede comprar todas las molinetas
que se puedan construir en todos los pueblos de La Alpujarra.
Durante todo
el camino de vuelta va recordando aquella conversación mantenido con el
jardinero cuando le pedía que le explicase como eran aquella gente al vivir en
aquel lugar tan aislado.
Faustino
encogiéndose de hombros le dicia:
-
Los
“extranjeros” que estamos en el pueblo somos tres, el cura, el secretario y yo.
El secretario es de los pocos que saben leer y escribir y por ello mira por
encima del hombro a todo los benineros, menos, claro está, les pide un cesto de
frutas. El cura solo se relaciona con los cazadores. Cuando se sube en el
púlpito, él dice que para que le entienda la gente tiene que recurrir a
ejemplos de caza. Para mí sus sermones son patéticos. La población vive en
pequeñas viviendas. Familias llenas de niños que los padres se lo ven y se las
desean para alimentarlos de todo aquello que puede sacar del campo. No tienen
otro recurso. Si las lluvias son propicias comen, si las lluvias no llegan a
tiempo, pues no comen. Apenas si tienen animales, puesto qué, lo prioritario es
comer y tanto el cura con el sermón de los lirios del campo, los pájaros, …
“que Dios proveerá”, y, sobre todo observan a los animales y de su
comportamiento deducen comportamientos para aplicarlos a ellos y la comunidad.
Los hombres son los que suelen visitar los pueblos importantes de Berja y de
Ugijar y entienden el progreso a su manera. Las mujeres casi todas mueren sin conocer los pueblos cercanos, ellas que son más propensas a la innovación al no
verlo no existe, el progreso no llega.
Desde que nacen parece que los padres le dicen a sus hijos: Corre todo lo
que puedas para que no te salgas del sitio. Corre a por agua, a por leña, a por
hierba para los animales, a pedir fuego, hacer la comida, meterla en el cenacho
que en el campo el hombre espera. Además de todo esto y mucho más motivos para correr, corre que
espera, coger la oliva coger la almendra. Cuando ya no se puede correr más, cuando la vida los para, los frena, a
las ancianas se les dan las agujas para calceta y a los ancianos el manojo de
esparto para hacer pleita, remendar los serones, los capachos, las aguaderas.
Pero lo que
aflora durante todo el viaje desde Málaga hasta Benínar una y otra vez es lo
que le dijo con sonrisa picarona el ama de llaves:
Escuché por casualidad que el dueño y señor por fin aceptó
lo que constantemente pretende tu tía, preparar tu casamiento.
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