Cuando los de mi generación (recién estrenada la
adolescencia) empezamos a visitar la balsa que tenía Juan el Nene en el Cajor para
bañarnos, además de sentir la sensación de estar caminando por un lugar mágico donde el silencio es roto por
tus propios pasos. Lo que más nos impresionaba era aquellas paredes de roca
verticales (se nos decía de pequeños, que existían lugares tan estrechos que pasaba muy justo el mulo con los dos capachos de los que iban a vender tomates a Adra) y el vuelo rasante de las palomas que vivían en aquellos tajos.
Comentábamos entre nosotros, que aquellas aves no realizaban vuelos normales. ¿Podría
ser como consecuencia de ser hostigadas continuamente por los cazadores a
sabiendas que una vez abatida en el vuelo donde llegasen a caer era imposible
tener acceso para cogerla?. No sé si dicho comportamiento de los cazadores (de
aquellos tiempos difíciles y difíciles de encajar en los actuales), hoy sería
la misma.
Puede que aquellas palomas fuesen emigrantes, las
llamadas (columba aenas), zuritas, o
pueden que fuesen (columba livia) mensajeras o ninguna de las dos, lo cierto es
que mi admirado maestro me contaba una historia que no fue ratificada por el
protagonista (emigrante en Cataluña) cuando nos encontramos y le pregunté sobre
el tema.
Contaba mi maestro Frasco: “Después de estar fuera del
pueblo tres años por la guerra y otros tres por el servicio militar, estando en
Ceuta para embarcar para la península, me encuentro con Antonio que llevaba un
paquete envuelto en retales totalmente tapado, que una vez solos, fuera del
bullicio me dijo que eran palomas mensajeras que su sargento se las había
regalado”:
- - ¿Crees que te van
a durar mucho tiempo – le preguntó mi maestro - las palomas en el pueblo?.
- - Pues no lo sé. Si
ocurriese lo que estas pensando, al que las mate, le mato la burra, el mulo o
las gallinas del corral.
Las peripecias de todo lo acontecido que contaba
Antonio con la llegada al pueblo de
aquellas palomas fue una noticia mucho más relevante que las noticias que
llegaron a Beninar durante los tres años de guerra. Cansados los benineros de
tres años de noticias sobre la guerra la llegada de aquellas aves, fue el
principio del fin. Pero aquellas palomas no podían continuar en una casa del pueblo
por ser una de las diversiones más ocurrentes de los críos y siempre amenazadas
por los gatos, siendo estos animales la base de la pirámide del hambre en el
pueblo, (aquellos gatos tenían que ser domésticos, pero alimentarse de forma
salvaje), pero sobre todo, el problemón, era, que comían grano tan escaso en
aquellos tiempos de posguerra para las personas, que casi eran contados en la era.
Cada grano en aquellos tiempos era tan importante en Benínar que los críos después de estar aprendiendo a identificar los
números y las letras, su familia le había encomendado irse corriendo al trigal
a espantar a los gorriones. La carga de responsabilidad de los infantes
benineros es para otro tema.
Antonio el mensajero pide permiso a Juan el Nene y es
trasladado el palomar a una especie de vivienda que había junto a la balsa en
el Cejor.
A Antonio nada más llegar al pueblo le pica la mosca que
por aquellos tiempos estaba haciendo estragos en Benínar. Cuando las larvas de aquel
insecto (parecido al descrito por García Marquez en Cien años de Soledad) comenzaban
a moverse dentro del cuerpo de algún
beniner@, el pueblo les resultaba agobiante, afectándole al sueño y ocasionándole
un humor de perro.
Aquel recién
licenciado, de una guerra y de la mili guardaba
en su bolsillo la carta de un familiar que le había encontrado trabajo en
Cataluña. Más pronto o más tarde el infectado tenía que emigrar pero había dado
su palabra de cuidar de por vida a aquellas palomas y aquellos animales se hacían
querer. A Antonio le llega a la mente una idea que en cierta
medida le va a descargar de la responsabilidad de dejar a aquellas palomas
abandonadas: Educarlas para que fuesen libres.
Logra construir de madera un
simulacro de escopeta con la intención de enseñarles a que reaccionasen al ver
una persona con un arma en las manos. Tenía que lograr que volasen en forma de zis-zas no describiendo una parábola como hacían las perdices. Antonio razonó
en más de una ocasión, que si por cualquier motivo fracasase en Catañuña,
quizás, con la escusa de haber dejado desamparadas a sus palomas, fuese el
argumento para volver de nuevo al pueblo.
A Antonio se le ponía el cuerpo totalmente tenso cuando escuchaba la palabra fracaso. Entre la mili y la guerra aprende a escribir y llega al pueblo con las palomas y una libreta. Fue elaborando el folio emotivo para
explicar, justificarse ante los paisanos de allí como a los de aquí la
razón de volver de nuevo al pueblo con el achaque de las palomas.
El
colombófilo beninero ya ha fijado cuando será un emigrante y va a depender de
cómo reaccione la tercera generación de pichones. Antonio el mensajero, escribe en otro folio una lista de quien debía despedirse cuando se marchase
con la primera generación de pichones. Cada verano, otoño, etc., cada cambio de
estación mientras educaba a los pichones fue eliminando de aquella lista poco a
poco despidos emotivos por diversas causas. Desengaños o sueños rotos. Cada vez mas paisanos eran tachados de la lista hasta llegar a la conclusión,
que cuando se marchase del pueblo solo se despediría de sus palomas.
La última vez
que visité el Cejor, ante mis ojos estaban los mismos tajos, las mismas matas,
los mismos barrancos, los mismos espartos, el mismo silencio pero no encontré ninguna paloma. Sentí
la misma desolación que me invadió minutos antes cuando visité el cementerio a
escasos cinco minutos del Cejor. De aquel espacio había desaparecido tanto Antonio
como sus palomas.
¿Quizás a Antonio le llegó a Cataluña una de sus
palomas mensajeras (cuando más lo necesitaba) con una propuesta de vivir en
otra tierra que habían encontrado las palomas donde podían estar juntos el beninero y sus palomas?.
2 comentarios:
Que bueno Paco
Preciosa historia, contada magnificamente.
Saludos, Juan Gutiérrez.
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