Dicen unas sevillanas:
“Algo se
muere en el alma cuando un amigo se va, es como un pozo sin fondo que no se
vuelve a llenar”.
Anoche,
Barcelona me ha llegado la noticia que se marcho ( ayer fue su entierro), para
siempre Carmen la de Martirio, veo la alcazaba de mi juventud, con casi todas
las tapias mordidas, caídas. La desolación de encontrarte con algo que
fue, al mirar al contemplar toda una
vida y todo o casi todo se ha derrumbado.
Carmen era
la constancia, el esfuerzo, la obligación por encima de todo.
No recuerdo
cuando empezó a trabajar en la casa de mis padres ni cuando fue el último día
que dejo de ir, lo que es cierto es que toda mi juventud está ligada a ella. Al
pie del cañón como ella solía decir. Fuí de los pocos privilegiados que Carmen
besaba cada vez que me marchaba o regresaba a casa.
Decía
Sócrates:
El temor a la
muerte, señores, no es otra cosa que considerarse sabio sin serlo, ya que es
creer saber sobre aquello que no se sabe. Quizá la muerte sea la mayor
bendición del ser humano, nadie lo sabe, y sin embargo todo el mundo le teme
como si supiera con absoluta certeza que es el peor de los males.
Carmen a lo
largo de su vida “las paso canutas” unas cuantas veces y tal vez por ello se le
formo ese carácter de ser fuerte por encima de todo.
El útimo
palo que le dio la vida fue la muerte de su hija a los treinta años dejando un
bebe en el mundo que ella en cierta medida tenía que cuidar.
Vuelvo a
escribir:
“Quizás la
muerte sea la mejor bendición del ser humano, …” por lo menos para
descansar.
Con ella
quedan en el olvido las mejores recetas de los embutidos de las matanzas del
cerdo que se hacían por navidad en Benínar y todas las recetas de los pasteles
tradicionales que se hicieron en el pueblo durante bastantes décadas.
Vuelvo a
colgar lo que ya escribí sobre ella en agosto del 2013.
Creo que a Carmen nada más nacer su madre Martirio le colocó un delantal para que se le fuese haciendo el cuerpo, que nada más clarear el día había que espabilarse y ponerse a trabajar hasta que apareciesen en el cielo las estrellas y así todos los días del año, durante toda su vida.
En Benínar se
le asociaba como la mujer que supo vencer la hepatitis, estando tres meses
enteros comiendo tan solo patatas cocidas, sin sal ni nada de nada. El que le
diagnosticó dicha enfermedad fue Don Emilio Durán Mediavilla, en el tiempo en
que Martirio la madre de Carmen fue criada del médico.
Carmen era de
las mujeres que en el pueblo no acudía a los rosarios, ni a las
misas, ni las procesiones, ni tampoco acudía un ratico para divertirse en la
plaza durante las fiestas. No creo que acudiese por Navidad a los coros en la
plaza ni a esperar la música de Eugijar cuando entraba al pueblo. Para
que nadie le contase como fueron todos los acontecimientos del pueblo, en un
momento se asomaba a las escalerillas con su delantal puesto, en vivo y
directo ella valoraba como fueron dichas fiestas, sin esperar que nadie
le aportase un juicio de cómo habían sido.
Sumergida en
una sociedad bastante dada al chismorreo ella, siempre valoró aquello que
habían contemplado sus ojos y siempre enjuició en base a como ella hubiese
actuado en dichas circunstancias.
Fue de las
pocas que cada vez que se levantaba se ponía a trabajar no pensando en el
dinero que recibiría a cambio, para después comprarse un vestido o unos
zapatos, puesto que, al no ir a misa el Domingo de Ramos (por el dicho que se
decía en el pueblo que el que en ese día no estrenaba algo se le caían las
manos) ni pisar la plaza en los días de fiesta del pueblo cada vez que se
cambiaba de vestido tenían que pasar años, por pura necesidad. Tampoco
necesitaba ropa nueva para viajar, tendrían que pasar muchos años para que
conociese su capital Almería y por cuestión de médicos.
A pesar que
toda su familia eran emigrantes cada vez que se le sacaba el tema tanto ella
como su marido haciendo espavientos contestaban: ¡Quita!. ¡Quita!. ¡Quita!, ...
"Que en Cataluña ni se amarran los perros con longaniza ni se apedrean con
trozos de lomo en manteca".
Las
manos más expertas para en un santiamén elaborase todos los embutidos de una
matanza. La que con más coraje cogía una canasta llena de ropa sobre su
cadera y río arriba, hasta encontrar el agua para lavarla. En
la era trabajaba a la par de los hombres y se cargaba con los mismos sacos.
Solo la vi llorar en un velatorio y mientras lloraba, le pasaba un paño a los
muebles, a las sillas, si es que no hacía falta estar en la cocina pendiente
del puchero.
La mejor
pastelera de Benínar y sabía cómo sabían los soplillos o las madalenas al meter
el dedo en la masa para ver si estaban en su punto con todos los ingredientes.
Si acudía a una boda era con su delantar para ayudar no para sentarse y que le
sirviesen.
Nunca la vi
sentada al caer la tarde en su puerta o en la de cualquier vecina con una
canasta de ropa a su lado, para disfrutar de la tarde, de la charla entre
vecinas, de la brisa que llegaba del Cejor. Nunca tomó la decisión de decirle
al Lucero del Alba si lo tenía delante: Esta tarde me siento en la silla para
descansar y mañana ya
veremos.
La vi
totalmente derrumbada al visitarla por la muerte de una de sus hijas a la edad
de treinta años. Me dieron ganas de abrazarla, apretarla y estar en esa
posición un buen rato, pero no lo hice al recordar mi niñez y mi juventud,
cuando trabajaba en casa de mis padres y hubo muchos momentos (sobre todo
cuando mi madre se cabreaba conmigo y me encontraba solo e incomprendido) en
los que necesite sus abrazos y sus besos y Carmen la de Martirio en aquellos
momentos creo que no conocía, no había descubierto las sensaciones de los
abrazos ni por supuesto los besos. No sé si con el paso de los años mi querida
Carmen habrá encontrado la ternura de un beso, la descarga que representa
cuando recibes un abrazo. Veremos cómo reacciona San Pedro cuando
se entere que Carmen todo ese cargamento sentimental lo devuelve casi intacto.
No sé si fue
el hambre, la orfandad, la guerra civil o todo junto le que marcó en su mente
la frase: Trabaja, trabaja y trabaja hasta el límite de tus fuerzas. Si en vez
de orientar su vida al trabajo lo hubiese dedicado a la oración, sin duda
alguna hoy hasta los benineros agnósticos seguro que estarían planteándose la
duda de si Carmen debería estar en los altares, como una santa.
1 comentario:
Excelente artículo Paco.
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