En Coin, en el pueblo de mi mujer la muerte iguala a todos los coinos. Al ser una sociedad donde existen viejos, niños y toda la gama de población comprendida entre ambos extremos cada vez que suenan las campanas de la Iglesia de San Juan con el toque específico de un fallecimiento, todos están avisados que en esa tarde, en esas veinticuatro horas han de dedicar un tiempo para asistir a la misa de cuerpo presente del paisan@ fallecido. La iglesia se llena de gente con independencia que el finado sea o pertenezca a una familia determinada u ocupaba tal o cual puesto distinguido.
Aunque existe el tanatorio correspondiente como en cada pueblo, aún el progreso no ha logrado erradicar la costumbre de respetar a aquellos que han manifestado que quieren morir en su cama, en su casa. Es decir, que estar rodeados de los suyos en tal trance continúa vigente. La muerte en el Valle del Azahar, se vive desde chiquitit@. La muerte se acepta como algo natural, cuando se escucha tantas veces en la casa: “Tengo que ir al duelo; tengo que ir a cumplir; se ha muerto fulanico con el que te has cruzado tantas veces por la calle”.
Siempre aparece la vecina o el familiar que acude con la taza de puchero calentito, mientras dura el duelo y de todas aquellas personas allegadas la que son capaces de arreglar, rellenar cada papel que en estas circunstancias son necesarios tramitar.
En la homilía, siempre el cura se ha informado para que surjan detalles personales de la persona que termina de abandonarnos.
Después llega, parece “un suplicio” en un principio que se presenta toda una quincena de tener la casa llena de gente para dar el pésame.
Todo este ritual, en ocasiones se analiza y sobre todo la gente joven da a entender que: “estas costumbres ancestrales ellos no están dispuestos a que continúen”; pero siempre he pensado que siempre lo dicen con la boquilla chica, puesto que pasado el tiempo siempre se suele repasar la lista de todos aquellos familiares, vecinos, amigos y allegados y aparecen los que faltaron en un momento tal vital para una familia.
Como soy beninero y todo tiene que ser analizado por el prisma alpujarreño, una de las muertes que en su día me marcó fue cuando se me comunicó que la prima de mi madre, Eugenia la hija del tío Facundo se había muerto en Granada. No puedo olvidar el detalle, que cuando fue necesario transportar la caja, no había suficientes personas y fue necesario recurrir, a un Cirineo, a una persona que pasaba por la calle para que ayudase.
Cada vez que escucho la muerte de algún beniner@ totalmente fuera de su entorno natural, no lo puedo evitar, me llega a la memoria la muerte de todos los paisanos que tienen algún familiar de cuerpo presente, que suele ser un espacio mucho más amplio que un campo de futbol y tan solo están sus hijos. No están allí, (quizás porque nadie ha levantado el teléfono para avisar) los allegados, no llegan los paisanos, las personas que siempre estuvieron presentes en los acontecimientos cotidianos de Benínar, pasa el tiempo y no aparecen. Llega el momento del entierro y no aparecen.
Recordar a la última paisana que aparece en el foro que ha fallecido, cuando yo a esa persona la recuerdo llena de energía, su cordialidad, su comportamiento en el pueblo no dejaba a nadie indiferente, con una personalidad bastante definida, era una de las pocas paisanas (cinco benineras tan solo en toda la Historia de Benínar) que aparece en una letra de carnaval que dice:
Y Anica la P., / que estaba cogiendo habas, / se ha encontrado un papelillo/ que era la Feria de Cádiar.
2 comentarios:
Hola Paco, Parece que estás ahí ahora mismo 13'00h.
Recuerdas en Beninar que después de la muerte de algún beninero se hacían los "rezos" que duraban nueve días.Por las tardes las mujeres iban a rezar a la casa del difunto, encendían el belón de aceite(especie de varios candiles de cobre o bronce, con pié y asa arriba).
Que triste es un entierro...pero mucho mas triste si hay poca gente dandole apoyo a la familia.
Como siempre, tus reflexiones me parecen más que interesantes.
Saludos. Juan
Me ha llegado a olor de alcanfor (donde se guardaban aquellos mantones negros dentro de las arcas), el de aceite quemado en las mariposas. Aquella imagen guardada dentro de una armario pequeño con una imagen que se pasaba de vecina a vecina. Algunas mujeres que iban a los candelabros, se untaban las manos de aceite y se lo pasaban por el pelo. Lo que se decía en el pueblo que algunas mujeres prestaban sus servicios llorando en el velatorio.
El luto en que la mujer, llegado a una cierta edad lo asumía para siempre.
Espacio dedicados a la muerte dentro de lo vivido en Benínar.
En fín. Decisiones complicadas cuando se escribe sobre este tema.
Saludos. Juan.
Publicar un comentario