martes, 22 de noviembre de 2011

EL COVIRAN DE BENÍNAR


Prontillo nuestros hijos emprendedores van a abrir un negocio sin llamar a un diseñador, decorador, arquitecto, aparejador, etc. Andar por todas las oficinas (ayuntamiento, junta, diputación, mancomunidad, …). Los bancos, antes y después de, … Por supuesto que cada cual de los mencionados se ha llevado su bocado correspondiente antes de cortar la cinta y brindar ¿con vino de la Contraviesa?.

Era la casa de mi niñez y adolescencia, donde se formaron mis mayores, allí nacieron mis padres y comencé a gatear. En la C/ Real, allí puso Doloricas la tienda. Nació casi con el cierre de la tienda de Clemencia. La de Doloricas aparece en la habitación donde dormía mi abuelo Faustino que también fue donde murió y se veló. Se encaló aquella habitación, y allí se montó el negocio. Nace la tienda vendiendo metros de tela y se fue ampliando. Lo mismo vendía la tela para unas enaguas, un trozo de carne membrillo que llegaba en unas latas preciosas de latón, procedentes de Puente Genil, que se compraba la piel ya seca de algún animal muerto a un pastor. La piel sería para la construcción de zambombas. Digo yo.

Un mostrador de madera separa a las clientas (se escribe correcto, en femenino puesto que los hombres no hacían la compra) de todo lo que estaba a la venta. La zona del mostrador se dedicaba al peso (una balanza con dos platillos, en uno se colocaba la mercancía y en el otro tres tipos de pesas, el kilo, el ½ y el ¼ de klgr.), y a los salazones. Los bacalaos salados, las tinas de arenques y los boquerones secos. Aquellos alimentos no estaban al alcance de todos los bolsillos. Se podía decir que eran alimentos para quitarse el gusanillo. Un capricho. Sobre todo engañifas. Cuando llegaron por primera vez los plátanos, había que comérselos con pan en las meriendas para que durasen más, para estirar lo que se compraba en la tienda todo lo posible.

Durante un corto espacio de tiempo solo existió el comercio de Doloricas, hasta que apareció la competencia. La de Rosario la de Joaquín; la de Antoñica, y en medio la de María Fernández. Coinciden en el tiempo cuatro comercios vendiendo lo mismo para una población aproximada de quinientos habitantes. No menciono las tabernas ni la cantidad de borrachos con título, identificados por todos que teníamos en el pueblo. No debe plantearse cuantos, puesto qué, se podían contar con los dedos de la mano y sobrarían dedos.

En una ocasión como reclamo la dueña encontró en Almería que vendiendo un saco de pipas (vendidas en cucuruchos de papel de estraza) se sorteaba una muñeca de cartón: Una mariquita perez.

Recuerdo a una abuela y nieta acudir a la tienda y les pregunta el tendero:

- ¿Qué queréis?.

- Nada. Mi nieta me ha preguntado que qué era una muñeca. Ninguna de las dos sabíamos de qué se trataba y venimos a verla. ¿La podemos tocar?.

Pues aún así en ninguna de las tiendas de Benínar a comienzos de los años setenta, llegaron a venderse juguetes. Los Reyes Magos que conocían los beninerill@s eran los que vieron en el Portal de Belén que se montaba en la iglesia, por más que decía la radio y la TV, que existían. Ningún beninerill@ los vio llegar por la Ramblilla o aparecer por el Collado.

Recuerdo a Aníca la Posá que guardaba el papel de estraza el mayor tiempo posible. Pedía que lo comprado se pusiese, se pesase directamente en el plato de la balanza que después envolvía en su papel. Aquella beninera se oponía (como ahora nos oponemos unos cuantos) que le vendiesen el papel al precio del jamón.

La última inversión en aquella tienda fue la compra del primer frigorífico que llegó al pueblo (los beninerill@s palpaban, probaban, conocían el hilo en aquel tiempo – a pasar de ver la nieve todos los días al levantar la cabeza y mirar para Sierra Nevada - tan solo tres días en el mes de agosto con el aguanieve de avellanas), que por supuesto por allí pasó todos los clientes para experimentar el frío que producía aquella máquina metiendo la mano en el congelador o probando un trago de agua ¿fría?, de un botijo allí metido. La dueña pensó que a base de vender polos para los niños (empezando por perras gordas y terminaría por cobrar dos reales) lograría amortizarlo. No eran pesaos nina, los críos, que no respetaban ni las horas de la siesta. En unas bandejas de aluminio con unos separadores de plástico, se vertía agua, colorante, azúcar y en cada división se ponía un palillo de dientes. Tantas divisiones, tantos polos. Había que vender (al precio de dos reales) trescientos treinta y tres polos de aquellos, para conseguir la recaudación de un euro.

Antes que aquellos polos subiesen al precio de los dos reales, las gordas y perrillas, se fueron depositando en un bote. A la vuelta de diez años al volver a encontrase con dicho bote, “aquel montón de dinero” se había convertido en un solo bloque, (se habían pegado unas monedas con otras) imposible de separarlas, soltando un líquido que parecía veneno y deformadas todas.

Si cuando Doloricas se trasladó a la Gangosa para vivir (a comienzos de los setenta), si la hubiesen dejado, ganas no le faltaron para volver a la tienda, como la que tenía en Benínar sin duda alguna, hoy sería un coviran. Por ejemplo.

domingo, 13 de noviembre de 2011

PRIMERA PANADERÍA DE BENÍNAR

En aquellos mediados de los cincuenta aún funcionaba la tienda de Clemencia. Aquel negocio nace como consecuencia de ser ésta familia la encargada de distribuir lo que le correspondía a cada persona según su cartilla de racionamiento, la de los cupones. Destaco que los americanos crean el El Plan Marshall para la reconstrucción de los países europeos después de la Segunda Guerra Mundial, y que años después que España por fin ingresa en la ONU a los alpujarreños, nos sabe a "gloria bendita" lo que nos toco a nosotros, unas cuantas raciones de leche en polvo. Buscando entre mis sabores de antaño no encuentro ni el sabor al Pelargón ni por supuesto a la dichosa leche.

Elvis graba su primer título, “That’s all right”. Se estrena la película "Marcelino Pan y vino" que a últimos de ésta década veríamos los beniner@s en el cine improvisado con dos sábanas colgadas del techo en la posada de Isabel.

Creo que fue también Clemencia la pionera que monta una panadería para vender el pan a pesar que en aquellos tiempos cada casa elaboraba lo que necesitaba. Aquella panadería demuestra ser rentable puesto que su hija María Fernández monta la primera panadería con maquinaria industrial y contratando un panadero de origen de Dalías. Con la hija de Clemencia, llega a Benínar el pan blanco y se van cerrando progresivamente todos los hornos, desaparecen las artesas al no encontrarse su utilidad que existían en la mayoría de las casas del pueblo.

A últimos del mes pasado, 31/10/2011, hablando con una familia de Hirmes me decía la mujer: “Siempre en mi juventud estuve relacionada con Benínar, visitaba con frecuencia a mis amistades y no iba precisamente por los cupones de la cartilla de racionamiento, puesto que en mi familia no recuerdo que se pasase hambre ni recuerdo el sabor de la leche en polvo, puesto qué, en mi casa teníamos una manailla de cabras”.


En aquellos tiempos se había demostrado socialmente que dependía con quien te casases, pasabas o no pasabas hambre. Si la persona elegida (o elegida por los padres para el casamiento) tenía finquitas, se sembraba y se recogían cosechas. Si solo tenían los brazos para trabajar ambos, estaba demostrado que se marcharían del pueblo siendo otro más de los emigrantes que salieron de Benínar (para Cataluña principalmente) o si se quedaban, su vida su futuro, estaría pendiente de los jornales. La década de los cuarenta y cincuenta fueron dos décadas en el que el pragmatismo estaba grabado en todas las cabezas de los beninar@s.

Es necesario mencionar que en estas dos décadas es cuando se inicia la construcción de las murallas para encauzar el río desde donde desembocaba La Ramblilla hasta Los Arenales. Hasta entonces tan solo existían dos murallas muy pequeñas, una en el río, en la Mecila y otra un poco más grande en la finca de Frasquita en la rambla, en Los Ramblizos. Sería como consecuencia de aparecer dinero para invertir y que además la mano era abundante y barata, hasta que llega la construcción de la casa del médico donde Frasquito Baños (que era el alcalde), es el que fija los jornales, de veinte y cinco pesetas para los albañiles y de veinte para los peones al mes. Que yo recuerde en Benínar tan solo han existido dos personas con título de albañil (entiéndase que en los años cincuenta los títulos eran concedidos por el colectivo por su bien hacer o por la maña) y uno de ellos, Pepe el Rizo aprendido el oficio en Uruguay. Esto ya finalizando la década de los cincuenta que se marcha el cura y imitando a su maestro, para la Alsina en el Collado, se baja y sacude sus alpargatas diciendo que de Benínar no quería llevarse ni el polvo.


domingo, 6 de noviembre de 2011

LOS NEGOCIOS DE JOAQUÍN Y ROSARIO


Mi padre decía que hasta los años treinta, aquella casa, situada en calle La Iglesia, esquina con la calle Real, también llamada las Cuatro Esquinas era donde se concentró la diversión casi todo el siglo XX.

La generación de mi padre, la que participó directa o indirectamente en la Guerra Civil, todos pertenecían a familias numerosas. La de mis abuelos, en una eran cinco hermanos y en la otra cuatro. Si nos damos una vuelta (mentalmente) por cada calle, por cada casa, mi padre me dejó grabado en un casete, la cantidad de mozos y mozas de aquellos años que estando en edad de divertirse (como todas las generaciones), lo intentaban por todos los medios.

En la casa que fue propiedad de Joaquín y Rosario desde mediados de siglo hasta que el pantano nos expulsó del pueblo, cuando mis padres fueron mozos, era donde se concentraban toda la juventud para iniciar las parrandas que después terminarían en la placetilla, la plaza o en el reducto.

Aquella casa los de mi generación, (los nacidos entre últimos de los cuarenta y primeros de los cincuenta) nos volvíamos a encontrar todos los jóvenes cada vez que se montaba un guateque. En aquella casa, se produjo el primer contacto físico consentido entre el joven y la joven cada vez que sonaba en el picú una canción de los Brincos, el Dúo Dinámico o un pasodoble de Pepe Blanco (sombrero, hay mi sombrero, ere de gracia un tesoro, …). Dejo el tema de los guateques, puesto que se me ponen los pelos como escarpias al recordar cuando uno tenía los dieciocho años y sigo con todo lo que acontecía en aquella casa, que en Benínar sin duda, era la que siempre concentró las coordenadas del magnetismo de la diversión.

El mejor negocio del pueblo, puesto que llegó a estar en ella, una tienda, la taberna, donde se compraban las frutas y verduras para después venderlas en los pueblos cercanos y, lo mejor el local donde nacieron los guateques. Al frente de aquellos negocios estaba Rosario y Joaquín que en aquellos momentos eran las personas mejor preparadas y mejor dotas para que aquellos empresas fuesen rentables.

Puede que fuese el primer lugar público donde se instalase el primer televisor construido por Juanico el del Puente (que llegó de Barcelona con todos los cacharicos necesario para montar los primeros televisores que se montaron en Benínar) y utilizase la taberna del pueblo (como escaparate de venta) para que viesen “todos los ricos del pueblo” lo más moderno, lo nunca visto, para que comprasen un televisor para su casa.

A dicha casa acudieron todas las autoridades del pueblo (menos el cura, puesto que pensaría que aquella caja era obra del Diablo) sentados en la primera fila y el resto del local atiborrado de público para ver un espectáculo de baile que en aquellos momentos se televisaba. Aun retengo en la retina de mis ojos cuando don Salvador el maestro del pueblo, se levanta de su silla con los brazos en alto exclamando:

- ¡Blancas!. ¡Son blancas!.

El borracho de turno no se había enterado y preguntaba:

- ¿Que son blancas?.

Contesta el alcalde:

- Las bragas de la bailarina!.

El: !ooooh!, de todo el público brota de forma espontánea.

No pagaría con creces el maestro aquella salida de tono al sentirse atacado con las sonrisas irónicas y miradas picaronas, aquella autoridad que acudía a misa con frecuencia y era uno de los portadores del palio en el día del Corpus.

Joaquín y Rosario demostraron en aquellas dos décadas de los cincuenta a los sesenta, ser un matrimonio de los más destacados emprendedores, invirtiendo en todo aquello que aparecía como nuevo en el mercado para que acudiesen a su negocio todos los benineros. Dicho matrimonio, nunca perdieron la compostura, siempre supieron estar a la altura de las circunstancias, dejando en todos sus paisanos un poso en el vaso del recuerdo, que hoy en el 2011, cuando nos encontramos con ellos a todos nos llegan a la memoria, el darnos con anticipado la mercancía que tenía en su tienda, (vender fiao) confiando que se le pagaría; los más grandes vasos de vino con las mejores tapas y sobre todo que en su casa, fue donde aprendimos los bailes modernos, a que nuestro cuerpo se expresase tal y como entendíamos la música, tanto sueltos como agarrados (tiempos en que se sabía o no se sabía bailar un chotis, pasodobles, mazurcas, etc.; si te habían enseñado bailabas y si no eras en todas las fiestas un espectador) y donde los de mi generación por primera vez tuvimos entre nuestras manos aquella muchacha con olores a nardos o jazmín. Con una simple mirada y un giro de la cabeza aceptaba que nuestro brazo derecho rodease su cintura y temiendo que no nos pusiese los codos en el pecho. Con solo pensarlo uno se estremece.

viernes, 4 de noviembre de 2011

ACEITUNAS ALIÑADAS CON CHIRRINES. (v)

Mientras a estilo tradicional me he buscado un martilojo (en Benínar se le decía a una piedra de tamaño de un bollo que utilizaban las partidoras de almendras), una buena piedra base, una buena espuerta de aceitunas y vestido para la ocasión, me he puesto a partirlas.

Recuerdo que en mi pueblo dicho trabajo estaba destinado a los viejos, a las niñas y a las mujeres. ¿Se iban a dedicar a perder el tiempo a dichos menesteres las fuerza viva, las llenas de recursos por si surgiese algún problema a resolver, los machos, los hombres?. Pues bien, mientras partía las aceitunas, me he estado acordando de la infinidad de atropellos que se fueron cometiendo con todo el entorno vegetal de Benínar.

No encuentro testimonios que lo pueda acreditar que en los cerros del pueblo habría grandes encinas, (como ahora nos las podemos encontrar fácilmente en casi toda La Alpujarra alta) que cuando llegaron los moros se las encontrarían y al no encontrarle utilidad, si alguna estorbaba las fueron eliminando para sembrar una morera para la producción de la seda.

Hasta mis días escuché con frecuencia la frase: “Los árboles que se siembren serán los que den fruto y se puedan vender”. Encinas y moreras (no los olivos que hoy nos los encontramos centenarios para la obtención del aceite) permanecerían juntas durante siglos, hasta que llegaron los mineros que al necesitar madera para la fundición del plomo las fueron eliminando. En el mismo siglo XIX y comienzos del XX, se exterminan las encinas, las moreras, todo lo que se pudiese quemar. Empezaron los mineros, les seguirían, la madera necesaria para los hornos de yeso y de cal. Exterminados los árboles “inútiles”, (se entendían aquellos que no se le encontraban utilidad como los almendros, olivos e higueras), se comienza a quemar los matorrales, las bolinas, las matas blancas, los pendejos y las atochas. Esta última planta también aportaría (en la actualidad la mayoría de los montes están repoblados de atochas, que puede ser como consecuencia de su fácil regeneración), el esparto tan útil para todo lo referente a cuerdas.

Al ver una de las fotos antiguas (que me las ha felicitado José Rodriguez, el del Canónigo) donde aparecen mis dos abuelos (Faustino y Ramón en los años cuarenta en la boda de mi tío Pepe con Clarica) en la era de dicho cortijo, se contempla a lo lejos todas las lomas de Los Meloncillos sin el más mínimo vestigio de vegetación. También podría ser, que los secanos estuviesen llenos de barbechos, y si además era el invierno no se distingue a lo lejos a los almendros y las higueras ya que habían perdido sus hojas.

Como en esta ocasión me estoy refiriendo a LOS NEGOCIOS DE BENINAR, me quiero detener en los años cincuenta y sesenta, cuando don Fermín Enciso el gran comerciante de Berja (que lo mismo exportaba, uvas del barco, alcaparras o esencias, que sus herederos vendiron la tarjeta de exportación a un alemán), que montó un gran alambique en la Fuente del Murallón para destilar el tomillo en su variedad chirrínes.

En esta ocasión aquel alambique tenía la misión de eliminar de todos los montes dicho tomillo. Recuerdo en especial a nuestra familia de gitanos del pueblo, que les llegó un hermano (sordomudo) de la madre, Amparo ( también sordomuda), donde centro mi imagen, es, en aquel gitano con una carga de tomillo sobre sus espaldas (los tomillos se pagaban en arrobas, es decir mazos de 11,5 kilos) que en aquellos tiempos me parecía inhumano que se cargase de aquella forma una persona y el trayecto a recorrer fuese de una media de cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta.

El los tomillos chirrines además de ser útil en el pueblo para aliñar a las aceitunas, en cierta medida en aquellos tiempos también saqué la conclusión que era una forma de marcar los distintos extractos sociales. Los que buscaban chirrines eran precisamente todas aquellas personas que eran más pobres que las Ánimas Benditas, (los pobres de los pobres), que por supuesto no tenían un animal, un mulo o una burra para poder cargar a dichos animales en vez de cargarse ellos con el haz y que a su vez los pocos jornales que se daban en el pueblo ya estaban adjudicados y precisamente a ellos no les tocó un jornal, aquella forma de encontrar trabajo, de ser contratados.

Como las aceitunas recién partidas están muy buenas sobre todo las primeras aunque no estén aliñadas con hinojos, ajos, pimiento rojo y cáscara de limón, en ésta ocasión me parece que el chirrines no formará parte del aliño, en cierta medida en homenaje a aquel sordomudo hermano de Amparo que se buscaba la vida cargándose como una bestia de matas de chirrines, para convertirlos en perfumes, por ejemplo.