Prontillo nuestros hijos emprendedores van a abrir un negocio sin llamar a un diseñador, decorador, arquitecto, aparejador, etc. Andar por todas las oficinas (ayuntamiento, junta, diputación, mancomunidad, …). Los bancos, antes y después de, … Por supuesto que cada cual de los mencionados se ha llevado su bocado correspondiente antes de cortar la cinta y brindar ¿con vino de la Contraviesa?.
Era la casa de mi niñez y adolescencia, donde se formaron mis mayores, allí nacieron mis padres y comencé a gatear. En la C/ Real, allí puso Doloricas la tienda. Nació casi con el cierre de la tienda de Clemencia. La de Doloricas aparece en la habitación donde dormía mi abuelo Faustino que también fue donde murió y se veló. Se encaló aquella habitación, y allí se montó el negocio. Nace la tienda vendiendo metros de tela y se fue ampliando. Lo mismo vendía la tela para unas enaguas, un trozo de carne membrillo que llegaba en unas latas preciosas de latón, procedentes de Puente Genil, que se compraba la piel ya seca de algún animal muerto a un pastor. La piel sería para la construcción de zambombas. Digo yo.
Un mostrador de madera separa a las clientas (se escribe correcto, en femenino puesto que los hombres no hacían la compra) de todo lo que estaba a la venta. La zona del mostrador se dedicaba al peso (una balanza con dos platillos, en uno se colocaba la mercancía y en el otro tres tipos de pesas, el kilo, el ½ y el ¼ de klgr.), y a los salazones. Los bacalaos salados, las tinas de arenques y los boquerones secos. Aquellos alimentos no estaban al alcance de todos los bolsillos. Se podía decir que eran alimentos para quitarse el gusanillo. Un capricho. Sobre todo engañifas. Cuando llegaron por primera vez los plátanos, había que comérselos con pan en las meriendas para que durasen más, para estirar lo que se compraba en la tienda todo lo posible.
Durante un corto espacio de tiempo solo existió el comercio de Doloricas, hasta que apareció la competencia. La de Rosario la de Joaquín; la de Antoñica, y en medio la de María Fernández. Coinciden en el tiempo cuatro comercios vendiendo lo mismo para una población aproximada de quinientos habitantes. No menciono las tabernas ni la cantidad de borrachos con título, identificados por todos que teníamos en el pueblo. No debe plantearse cuantos, puesto qué, se podían contar con los dedos de la mano y sobrarían dedos.
En una ocasión como reclamo la dueña encontró en Almería que vendiendo un saco de pipas (vendidas en cucuruchos de papel de estraza) se sorteaba una muñeca de cartón: Una mariquita perez.
Recuerdo a una abuela y nieta acudir a la tienda y les pregunta el tendero:
- ¿Qué queréis?.
- Nada. Mi nieta me ha preguntado que qué era una muñeca. Ninguna de las dos sabíamos de qué se trataba y venimos a verla. ¿La podemos tocar?.
Pues aún así en ninguna de las tiendas de Benínar a comienzos de los años setenta, llegaron a venderse juguetes. Los Reyes Magos que conocían los beninerill@s eran los que vieron en el Portal de Belén que se montaba en la iglesia, por más que decía la radio y la TV, que existían. Ningún beninerill@ los vio llegar por la Ramblilla o aparecer por el Collado.
Recuerdo a Aníca la Posá que guardaba el papel de estraza el mayor tiempo posible. Pedía que lo comprado se pusiese, se pesase directamente en el plato de la balanza que después envolvía en su papel. Aquella beninera se oponía (como ahora nos oponemos unos cuantos) que le vendiesen el papel al precio del jamón.
La última inversión en aquella tienda fue la compra del primer frigorífico que llegó al pueblo (los beninerill@s palpaban, probaban, conocían el hilo en aquel tiempo – a pasar de ver la nieve todos los días al levantar la cabeza y mirar para Sierra Nevada - tan solo tres días en el mes de agosto con el aguanieve de avellanas), que por supuesto por allí pasó todos los clientes para experimentar el frío que producía aquella máquina metiendo la mano en el congelador o probando un trago de agua ¿fría?, de un botijo allí metido. La dueña pensó que a base de vender polos para los niños (empezando por perras gordas y terminaría por cobrar dos reales) lograría amortizarlo. No eran pesaos nina, los críos, que no respetaban ni las horas de la siesta. En unas bandejas de aluminio con unos separadores de plástico, se vertía agua, colorante, azúcar y en cada división se ponía un palillo de dientes. Tantas divisiones, tantos polos. Había que vender (al precio de dos reales) trescientos treinta y tres polos de aquellos, para conseguir la recaudación de un euro.
Antes que aquellos polos subiesen al precio de los dos reales, las gordas y perrillas, se fueron depositando en un bote. A la vuelta de diez años al volver a encontrase con dicho bote, “aquel montón de dinero” se había convertido en un solo bloque, (se habían pegado unas monedas con otras) imposible de separarlas, soltando un líquido que parecía veneno y deformadas todas.
Si cuando Doloricas se trasladó a la Gangosa para vivir (a comienzos de los setenta), si la hubiesen dejado, ganas no le faltaron para volver a la tienda, como la que tenía en Benínar sin duda alguna, hoy sería un coviran. Por ejemplo.