martes, 21 de febrero de 2017

En un periodo corto de tiempo se pasa del hambre al desperdicio


Terminada la guerra civil y coincide por aquel tiempo en que las lluvias son escasas, no solo un año si unos cuantos,  la producción agraria no daba para que todos tuviesen seguro un trozo de pan, es en el 1948, cuando termina la racha de aquella sequía y en Benínar aquel año pasa a los anales como el año el hambre.
Me contaba  un paisano  que sobre los años 44-45, comenzó a trabajar cuando tenía 10 o 12 años, guardando borregos en el Meloncillo.
Al ver que su padre se había marchado a la guerra y no regresaba le pregunta aquel zagal a su madre que cuando regresaba su padre y su madre le contesta:
-     Ojalá tardase unos cuantos años más ya que si estuviese aquí cada año te nacía un nuevo hermano.

El sueldo para el pastorcillo estaba en aquellos tiempos, en una peseta y la comida. Partiendo de la base que aquel negocio durante un año solo tenía el beneficio de la venta de borregos nacidos en aquel año. A aquellas ovejas no se les ordeñaban por dos motivos, el primero por estar la manada de ovejas a casi siete kilómetros del pueblo y la segunda razón por ser aquellos años muy escasos en pastos. Por ello la producción de queso era nulo al año.

Aquel trabajo no duraba todo el año. Duraba el tiempo en que se destetaban, se pastoreaban dos o tres meses y se  podían vender los borregos. La guardería de aquellos animales estaba en los parajes de El Meloncillo y El Pabilo a siete kilómetros del pueblo. Vendidos los borregos, las borregas se devolvían con la manada de ovejas y aquel zagal se queda sin trabajo.

Vuelta de nuevo al pueblo a encontrar trabajo, en el que estaba especializado: Pastorcillo.
Por recomendaciones, por lástima, por compasión, … ese era el currículum que podía aportar aquel aprendiz de pastor que formaba parte de una buena camada de bocas que como los pajarillos cada vez que escuchaban el sonido todos abren la boca, en este caso cuando escuchaban el sonido de unas  herraduras, acudían todos a la puerta por si quien llegaba, eran las herraduras de la suerte. Especifico suerte, porque no en todos los casos aquellas bocas quedaban saciadas.

La competencia que tenía aquel pastorcillo era tremenda de zagales de su misma edad en el pueblo y mismas circunstancias que necesitaban tener algún trabajillo. Me decía el nombre y donde vivía de un zagal de doce años que se le calló el pelo, se quedó calvo sin encontrar razón alguna que el hambre. El trabajo de pastorcillo tenía la ventaja que cuando picaba el hambre y se estaba solo en el campo sin que nadie lo viese, se enganchaba a la teta de una cabra procurando que los tragos afectasen lo menos posible al volumen de la ubre.
   
Por fin es contratado para cuidar tres cabras.
Un día cuando regresa del pastoreo, cuando se recogían los benineros cuando  ya no se podía trabajar en el campo por falta de luz, la dueña de las cabras le dice al aprendiz:
- !Has estado jugando o perdiendo el tiempo!. !No te das cuenta que tienen la barriga vacía las cabras!. ¡Te das cuenta que las ubres esta, casi vacías!.
El pastorcillo jugándose el tipo le contesta:
- Te preocupa como tienen la barriga las cabras y te trae sin cuidado como tengo yo la barriga.

En aquellos tiempos no se podía responder de aquella manera tan desafiante; es despedido y al otro día a presentar otra vez el currículum que lo tenía grabado en la cara.
La cara, al manifestar de forma palpable el hambre era la parte más importante  en  el currículum. Su cuerpo canijo era estremecedor.                              
Nuestro paisano en  el 1.951, llega a zancadas  a su casa, faltándole la respiración y recuperado el resuello comienza a darle puñetazos al viento a la vez que le dice a su madre:
- Se va a construir una casa para el médico. Me he encontrado al alcalde Frasquito Baños y me ha dicho si quería trabajar cobrando 20 pesetas y que si fuese albañil cobraría cinco pesetas más.
- Pero deja de dar puñetazos a las musarañas - le está diciendo la madre - y termina. ¿Las 20 pesetas que son al mes o al día?.
-     ¡Al día mama, al diiiiiiiiaaaaaaaaa!.

Le miro un rato a los ojos intentando expresar toda la ternura que era capaz de soltar en aquellos momentos  a aquel paisano que está recordando su pasado porque yo se lo he preguntado, pensando que aquello que había vivido aquella generación de zagales en Benínar debería quedar escrito para que todas las generaciones posteriores valorasen de donde se parte y hasta donde nos han situado ellos.
Dicen los medios de comunicación que un tercio de las comidas de los hogares se tira a la basura. Los patos que viven en el rio donde yo vivo, al atardecer, cuando le tiran el pan que sobra en las casas, a esa hora están tan hartos, que no se mueven de donde están. Cuando acudo ya casi a la hora de cierre al supermercado y veo que ha sobrado un poco de boquerones, un poco de sardinas, etc., donde irán esos “desperdicios”. Cuando acudo a mi parroquia y veo la de bolsas de ropa que los encargados se ven desbordados, no puedo más que acordarme de mis paisanos que vivieron en todos los pueblos de La Alpujarra en aquellos años después de la guerra. Cada vez que cruzo la carretera de Algeciras a Tarifa y se contempla el Estrecho de Gibraltar que a tan solo catorce kilómetros unos cuantos grupos de africanos están esperando, sueñan con llegar a este lado, me acuerdo de mis paisanos con nombres y apellidos que cuando emigraron lo hicieron en las mismas circunstancias y que en su gran mayoría cuando piensan en Benínar piensan en todas las calamidades que pasaron en su niñez y reniegan de su tierra. Es tremendo pensar que casi todos mis paisanos que tomaron la decisión de marcharse renieguen a sus montes, el río, las fuentes, las calles donde dieron sus primeros pasos, sus primeros juegos con los niños de su edad, recogieron sus primeras alcaparras de los montes, escucharon los trinos de los pájaros y sobre todo donde se encuentran enterrados sus descendientes, no comprendo cómo se puede renunciar a todo eso. A todos esos que aun no han llegado a esa simbiosis con su tierra, la tierra de sus ancestros, que cierren los ojos y se pongan a escuchar: 

https://www.youtube.com/watch?v=M_gSydN_BYM

lunes, 13 de febrero de 2017

Los reales que te den se los das a tu abuela



Un ingeniero catalán de treinta años sentado en uno de los  malecones de una carretera alpujarreña justo en  El Collado, miraba donde antes estaba el pueblo de Benínar. Tenía entre sus manos un pequeño cofre lleno de cenizas. Contempla el valle, la planicie de las aguas mansas del pantano y en nada se parecía a la imagen que le describió  su abuelo.
Aquel nieto pidió una semana de vacaciones para dedicarla a que las cenizas de su abuelo recorriesen todos aquellos lugares descritos en sus cuentos, los que aun  permanecían frescos en la memoria del ingeniero.
El  joven en el momento de planificar el viaje no encontró ni direcciones ni teléfonos de  los paisanos de su abuelo. Se les olvidó a su familia seguir manteniendo  relaciones con la gente de su pueblo natal y cuando llegan estos momentos en la vida de todas las personas, es cuando se  mide lo grande que es la soledad; mira a su alrededor, tenía que iniciar el entierro  y se encontraba solo.
El anciano le  había pedido que aquel viaje lo hiciese cuando el trigo de las cementeras estaba granando y entre el trigo florecían las amapolas.
Desde que entró en el hospital - donde el anciano decía que no saldría con vida, - cada vez que acudía su nieto a visitarlo al final solía decirle:
-          Mi vida; que no se te olvide el encargo.   
Su abuelo pedía que  cuando muriese lo incinerasen y sus cenizas quedasen depositadas en el  cementerio de Benínar.
Sentado en el malecón aquel joven cierra los ojos y pretende escuchar las palabras de su cuentacuentos preferido:
-          Nene - le decía el abuelo al nieto, - en mi entierro me dejas debajo del puente un ratito y después dejas mis cenizas en el cementerio para que descanse al lado de mis  padres, entre mis  paisanos.
Aquel emigrante se había marchado del pueblo a comienzos de los cincuenta y la imagen que guardaba de su pueblo se la había trasmitido a aquel nieto cuando tenía edad que le contasen cuentos al estar sentado en las rodillas.
En todos los cuentos su abuelo solía empezar diciendo:
-          En Benínar donde yo nací había una vega llena de árboles frutales que eran regados por las aguas del río. Los nidos de los jilgueros y verderones, los solíamos encontrar en los naranjos llenos de azahar y los nidos de las perdices en el secado debajo de una bolina, …
Una de las persona clave para aquel joven recuerda que  siempre se le transformaba el rostro cuando dentro de su narrativa aparecía antes o después la palabra Reducto. Aquel espacio sería donde  trascurrieron  todos los juegos de la niñez de la persona que siempre le llevo y le esperó en la puerta del colegio cuando el ingeniero tenía edad de ir a la escuela. 
El nieto catalán sentado en el malecón ni ve la plaza, ni El Reducto ni el puente, la iglesia, ( … ) de sus cuentos. A sus oídos no llega el sonido fresco y trasparente de las aguas cristalinas donde su abuelo había bebido tantas veces, ni escucha el chapoteo de los niños en las pozas del río… No está oliendo  como decía su abuelo que olía Benínar a tomillo y a cal.
El ingeniero tenía otros encargos:
-          Le pides perdón por las veces que me burlé de  Antonio el de Carpo y Antonio Campoy y si ya han muerto,  le pones un ramo de flores silvestres en la tumba donde estén  descansando.
Para mis  padres y abuelos, como se habrán quedado enterrados en el suelo del  viejo cementerio, coges cuatro amapolas  y cuatro espigas de las que nacen entre la cementera y las tiras al agua.
Infórmate a donde llegan las aguas del pantano; ve a los      ayuntamientos donde lleguen sus aguas. Al primero que encuentres, le pides un real.
Los reales que te den te los traes a Barcelona y se los pones en la tumba de tu abuela. Siento remordimiento por haberle recateado  cada perra gorda que me pedía para ir a comprar. Esos reales es la herencia beninera.
Tu abuela sabes que era extremeña y nunca se creyó que mi herencia estaba en Benínar.

Nota:
El que escribe y relee una y otra vez el contenido, se siente unido:
-          Gaoshan de Taiwuán.
-          Karajá de Brasil.
-          Innuit de Canada.
Tantos y tantos pueblos que en nombre del progreso son atropellados. Lo más lamentable es que en estos momentos en América del Sur, en  China o en África, se está empleando la misma táctica y el mismo argumento para expulsar a sus moradores de los pueblos donde han nacido y donde están enterrados sus antepasados.