martes, 22 de diciembre de 2015

Villancicos cantados en ingles alpujarreño


Este año las navidades me va a tocar compartirlas con todos aquellos benineros que dejaron su tierra para incorporarse a una que no era propia ni en su idioma, ni en su forma de configurar estos días. Sobre todo añorando a toneladas esos mismos días vividos en su pueblo de procedencia. Me pasa lo mismo con todos aquellos que veo errantes, que a la legua se les nota que no son nativos, que no se la  tierra de donde vienen, que no se su idioma y sobre todo que no se si a ellos les ocurre como a mí me ocurre; en estos días estoy fuera de todo, como una gaviota en un campo de fútbol o un balón flotando en un lago. Es una situación que en otros momentos de mi vida me hubiese dado por beber (aunque no recuerdo estar borracho tan solo una vez en mi vida en la matanza de mis abuelos que cogí por mi cuenta una botella de anís) para pasar borracho todo ese tiempo, pero en estos momentos, me siento sereno compartiendo en la añoranza con parte de mi familia la Misa del Gallo (no sé si habrá en el pueblo donde me encuentro ya que he visitado diez veces la iglesia, estaba abierta pero no había nadie) en el piso de un bloque de apartamentos. 
Foto del eterno Camarón de la Isla 
Estar en un grupito flamenco con todos los instrumentos propios de estos días como se suele decir en Cádiz, (mi tierra adoptiva),  compartiendo todas esas cosas propias de estos días como siempre recuerdo he estado desde que vivo en mi querida tierra gaditana. Este año me ha tocado compartir la soledad de todos los emigrantes de mi tierra Andalucía  cuando llegaron por primera vez a Cataluña. Comparto la soledad en estos días con todos aquellos emigrantes que intentan llegar a nuestro continente y ven como los que viven en dicha tierra se divierten y ellos, los recién llegados les miran de lado como diciendo: “Que estarán haciendo esta cuadrilla de chalaos”. Lo de chalaos era el calificativo que utilizábamos en Benínar para explicar en una sola palabra aquello que no se comprendía o no éramos capaces de explicar.
Muy cerca de donde vivo existan dos residencias de ancianos que a la hora de la Misa del Gallo, iré a la puerta de cada una de ellas con una botella y dos copas, las llenaré, una me la beberé y la otra la dejaré en la puerta de cada una de las residencias que seguro que en esos momentos estarán en el undécimo sueño.
Seguro que al otro día cuando se despierten sus cuidadores, dirán que un chalao dejó una copa en la puerta de entrada, por supuesto que no dirán ni razonarán que el chalao que dejó  la copa de vino de madrugada quería compartir la soledad con el que en esos momentos estuviese despierto.
No se cuento tiempo estaré en este bando de personas fuera de sitio o fuera de sistema de mis estructuras mentales, de los que no celebran la Misa del Gallo. Antes de dormirme esa noche cantaré con la boca cerrada hasta quedar ronco los villancicos de siempre, beberé y comeré pestiños hasta que me entre el sueño.

Al fin, que no me puedo quejar ya que en la asociación de vecinos de mi bloque aquí en Inglaterra, se reúnen periódicamente y me ha invitado. La primera vez me he quedado un poco fuera de juego al ser todas mujeres (¿30?) menos yo. Había una que traducía que me decía que mientras las mujeres se reúnen en una casa los hombres se ven al bar. Yo he llevado de aperitivo tapitas de morcilla. 
Lo mejor ha sido cuando han empezado a cantar villancicos en su idioma y yo que me sabía unos cuantos  he dejado el pabellón español con dignidad al cantar dichos villancicos, como he podido en ingles, (ingles alpujarreño por supuesto).  
Me han pedido que cante un villancico de Cádiz. Les he mirado a los ojos y le he dicho al intérprete:
- ¿Ellas saben acompañarme con las palmas?.

martes, 8 de diciembre de 2015

El Cielo para un alpujarreño es mejor con árboles y prados


Me llega a través de este medio que se ha marchado para siempre (es un decir ya que las personas no desaparecen del todo siempre y cuando nos acordemos de ellas es lo que me dice Díaz Roda cuando me ha dado a noticia)  Antonio el de Lola Díaz, o el de Rosendo a los noventa años. Ley de vida. El que me dijo en una de las últimas veces que hable con él:

-         ¡Niño! Para que seguir plantando si lo que he sembrado se ha secado. Para que seguir batallando por el agua si no llueve y cuando lo hace es torrencialmente destruyendo todo lo que encuentra a su paso. Con el paso de los años el agua, la tierra, la siembra son superiores a mis fuerzas.
Hoy es un día especial. Antonio ha estado paseando casi toda la mañana por el centro del Reino Unido, por la rivera  de un río caudaloso. Nada más entrar en dicho espacio mi paisano me llego de golpe como si lo tuviese delante. El pensar que existe otra tierra, otro mundo donde todos los deseos se cumplen, donde las buenas intenciones están por encima de las malas, donde existe el Cielo prometido lo que nos enseñaron y a donde recurrimos para coger fuerzas y seguir batallando. 
Antonio y Lola siempre fueron positivos daban ánimos porque se esforzaron hasta la extenuación en radiar  lo negativo.
Antonio el de Rosendo ha estado compartiendo casi toda la mañana lluviosa acompañándonos a mi nieto Marco y a mí paseando por un bosque mágico.
El encuentro se produjo en el puente (como no iba a aparecer un puente) que cruza el río. Yo estaba contemplado el gran caudal  cuando se me acerca un anciano y comienza a hablarme en ingles. Le contesto que no conozco dicho idioma y por ello no le entiendo. La sonrisa a Antonio (juraría que era Antonio) le ha llegado de oreja a oreja, me ha dado un abrazo y me ha empezado a hablar con palabras propias de los alpujarreños que apenas si durante todo el tiempo que hemos estado juntos yo apenas si me ha dado tiempo a contestarle. Con la de personas que uno llega a conocer y situado a miles de kilómetros del Cerro de las Viñas. ¿Porqué era Antonio el de Lola Díaz el que ocupó mi mente todo el tiempo?. En él se daban todas las coordenadas. Es que tenía razón en todo lo que decía. Era una verdad tan palpable que mi comentario estaba de sobra. Me decía:
-         Ya liberado convertido en espíritu  he querido venir a un sitio como este 


  donde todo está verde, los árboles son inmensos de los que se necesita dos o más personas para abrazarlos y por los caminos en las cunetas se pudren las de los árboles en invierno. El abono que siempre soñé para mis árboles y para mi huerto. Y como no si en ese sitio hay un beninero nadie mejor que él para saber de qué hablamos. Existen tantas palabras que sin querer se omiten pero confías que el que te esta escuchando comprende en el más amplio sentido de contenido al haber vivido muchos momentos de la misma clase y casi auténticos que una expresión de la cara es suficiente para seguir intentando explicarte.
Ahora que ya los años no cuentas, quería encontrarme con una tierra como esta. Que el agua me empapase. Que no me importase meterme en el barro. Que no tuviese que esperar mi turno para regar ni llenarme de paciencia viendo como el hilacho de la Fuente de la Cañarroda era tan delgado o tan canijo que el llenar tan solo un cántaro uno se podía hacer una buena soga partiendo de un buen manojo de esparto. Ver este caudal de agua es creer firmemente que no existe la miseria.

Ya estaba cansado de vivir en una tierra donde se van secando las fuentes, donde las cosechas todos los años son canijas, donde se ha inventado el riego por goteo para aprovechar el agua, (no se cuento tiempo durará el invento cuando no se tenga agua) donde desde hace muchos años no caían las gotas de lluvia por mi cara y me importaba diez pepinos llegar a mi casa chorreando. Ya porque estoy muy mayor, pero si esto lo llego a descubrir en mis años más joven hubiese viajado muchas veces a esta tierra y hubiese salido   a pasear cada vez que lloviese y me hubiese revolcado en esas praderas verdes, donde las ovejas están pastando.
Recuerdo que Antonio el Sordo, cuando visito Cádiz en los viajes del imserso por primera en su vida el título de todas sus conversación y argumentos se centraban en que en aquella tierra están las cunetas llenas de hierba y las máquinas la siegan en los prados. Con el trabajito que nos ha costado a los benineros recopilar un manojo se hierva  para que comiesen los conejos del corral.
No imagino al Cielo sin este tipo de clima, sin que llueva casi todos los días ni que la hierba llegue a secarse en ninguna época del año. Campos siempre verdes.
Toda mi vida entre los secanos de El Meloncillo, Las Coscojas, Cintas y tantos otros, más secos que la esparteña un yesero y jamás imaginaba que en otra parte del mundo existiese este paisaje. Ahora comprendo a toda esa gente que huye de los desiertos de África o de Oriente Medio de sus países y se marcha al menos donde llueve.

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Te acuerdas en aquellas fechas en que las acequias estaban bajo mínimos que solo daban para regar a los huertos de cabecera y que los que estaban en la parte de abajo tenían que regar sus parras a base de cántaros de agua de la Fuente del Murallon. Te acuerdas como se miraban los que podían regar cuando se encontraban por la calle con los que se les secaban las plantas.
La tierra, la lluvia y el sol donde aparezcan en su justa medida ése es el Cielo y ya que para mí los años no cuentas es donde quiero permanecer siempre.
La hierba era tan escasa para los animales, que ello implicaba que sus dueños también estaban acostumbrados a pasar fatiguitas. Imagina lo que he sufrido viendo como los olivos, almendros, higueras, etc, que cuando los sembrabas y el año era bueno en aguas crecían un metro, pero como los años buenos escaseaban, esas mismas plantas se quedaban canijas durante un tiempo hasta que se secaban.              
Menos mal que fui de los benineros que más recursos tubo. Fui parralero, quiosquero, medianero, albañil, etc., intenté por todos los medios trabajar en mi tierra donde aparecía un trabajo con un poco de futuro. Quise arrimar el hombro siempre y ser positivo para cambiarle el semblante a los que me rodeaban, pero el carácter de las personas se pueden cambiar pero por más vueltas que le he dado a la cabeza lo que no es posible que ya no es posible cambiar  es la imagen de los niños  chapoteando en los charcos de la plaza:
“Que llueva que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantes, …”

El caudal de los ríos y por ello el de las acequias. las sementeras a un metro de altura, los maizales con más de dos metros, el musgo en los balates y en los troncos viejos etc. Es la lluvia la que decide donde y cuando hemos de escoger la tierra donde vivir. Es el Cielo donde quiero estar eternamente, donde no falta la lluvia.
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¿Tu recuerdas en alguna ocasión el musgo sobre las piedras de los balates?
¿La lluvia ha abandonado La Alpujarra o nosotros o nosotros no cumplimos los pastos que exige al agua y por ello nos abandono?.