miércoles, 30 de abril de 2014


Comer hasta que no os conozcáis.
Tengo un vecino que se gasta un pastón en cada cumpleaños de cada uno de sus hijos, ya que lo moderno es ir a celebrarlo a aquellos locales que tiene cacharricos para que jueguen los infantes. Esto cuando nos llega a los benineros solemos exclamar: ¡Ojú!. ¡Cómo han cambiado los tiempos!.
Los guñuelos que aparecen en la foto seguro que son obra de mi prima Gaicos, los que devoraron todos los benineros que asistieron al último encuentro de paisanos en El Cerro de Las Viñas. Al ver la foto, la boca se me hace agua, ya que me llegan a las papilas gustativas el recuerdo de aquellos pasteles que hacía Carmen la de Martirio la dulcera oficial de todas las bodas que se celebraban en Benínar.
No sé cómo se lo arreglaba Carmen, que llegasen a mi casa casi un lebrillo de guñuelos, siempre que se celebraba una boda. Ella decía: Para que coma mi niño.
Las bodas que se celebraban en el pueblo, en primer lugar había que ir casa por casa recopilando sillas,  para que hubiese suficientes asientos para todos los invitados. Por supuesto que también había que concentrar en aquella casa toda la cacharrería del pueblo para montar aquella comilona. La  celebración  siempre en la casa de la novia.
Carmen se pasaba casi dos días las cuarenta y ocho horas friendo lebrillos y lebrillos de buñuelos, ya que era lo más barato y lo más abundante ya que el ingrediente   principal era la harina y el aceite de oliva para freírlos. A la gente había que hartarla de buñuelos, que era lo abundante y ya hartos los invitados, era cuando se pasaban las bandejas de los soplillos elaborados a base de la clara del huevo y almendra y el otro plato, las madalenas elaboradas principalmente con las  yemas de los huevos. Lo complicado era conseguir huevos. Había que contratar a los recoveros de Turón y Locainena para que diesen una batida por todos los cortijos de la Baja Alpujarra ya que las gallinas de aquellos tiempos no ponían todo el año como las de ahora, las de antes ponían por temporada, posiblemente en un nido escondido, preparada por ella, terminada la puesta, se ponían yuecas, desaparecían y pasados los veintiún día aparecía con sus polluelos  y en la cría de sus hijos aquella gallina pasaban el resto del año.
Recuerdo la boda de Isabel Pérez, que fue la primera novia que llegó en coche hasta la puerta de la iglesia, cuando la novia salía de su casa y a escasos cien metros ya estaba en la iglesia, pero llegó en coche y fue la boda más rumbosa que hubo en Benínar por los años cincuenta que marcaría un listón por rumbosa que después ninguna la superaría. Fueron muchas las cuartillas de trigo,  las alcuzas de aceite, la de docenas de huevos gastadas en aquella boda. El padre de la novia viendo como se devoraban los buñuelos, en el quicio de la puerta levantando las manos exclamaba: ¡Comer!. ¡Comer, hasta que no os conozcáis!. Con “el hambre canina” que la población tenía en aquellos tiempos, aquel acontecimiento era el único en el año en que se podía comer gratis y además pasteles.
Qué tiempos aquellos de como escaseaban  los lebrillos de buñuelos, en un pueblo donde la mayoría de los mozos cuando decidían vivir juntos, casarse, los novios se escapaban una noche, (“se ha llevado la novia” se solía decir) aparecían a los dos días y a la siguiente madrugada eran casados en la iglesia casi de forma clandestina. Qué alivio para aquellos padres que los pecados de sus hijos fueron perdonados (al ser confesados antes del casamiento) y ya no vivían en pecado mortal. Que importancia se le daba a perder la honra a la mujer. Como no recordar al cartero del pueblo vecino de Locainena que se llevó la novia, pero a casa del cura para que allí permaneciera custodiada hasta la preparación del casorio.
      


lunes, 14 de abril de 2014

Prefiero cavar que ir al gimnasio.


Recuerdo algunos benineros que disfrutaban cavando, sobre todo cuando se llegaba a la última cavada, se miraba atrás y se contemplaba el huerto preparado para la siembra;  como el pintor al terminar un cuadro o el artesano su última pieza. Recuerdo que Eugenia Doucet, recién llagada a Benínar   no podía resistir contemplar a un beninero que pasaba por delante de su casa con la azada al hombro. Decía que era la mejor fotografía que había visto en toda su vida de cómo andaba erguido andando por la calle empinada como andar por el llano. Que aquel hombre era el descrito por García Lorca: “…, la vara de mimbre de Antoñico el Camborio”. Bien es verdad que es necesario haber nacido con dicho don,  como estar dotado para percibir sonidos y disfrutar de ellos, o, juntarlos todos en una composición musical, componer, crear el  ritmo, el son; el percibir olor, texturas  del estado de la tierra, eso lo disfrutan solo unos cuantos.
A lo que me quiero referir, es que cada vez se está perdiendo  disfrutar cavando, del olor especial que tiene la tierra cuando admite la azada. Utilizo la comparación para que todo el mundo me entienda, se parece al olor que tienen las hembras cuando entran en celo y lo perciben los machos de su especie. 
Hoy he terminado de cavar el huerto y he siento la satisfacción de tener preparada la tierra para recibir las semillas y que crezcan las plantas. Dicha satisfacción es superior a sentir el cansancio. Es superior a que mis hijos aún no se han incorporado  a la siembra del huerto y no encuentro la forma de convencerlos. Es superior a los desánimos  que me intentan trasmitir  mis colegas jubilados que tienen huerto y lo han abandonado por las epidemias que suelen aparecer que comprar los insecticidas, al final salen los productos más caros que si se compran en un supermercado. La satisfacción de la tierra labrada solo lo puedo compartir con muy poca personas y mucho menos con los que viven en una capital que tan lejos viven de la tierra de la que se alimentan.   
Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños y visitábamos a los primos de Almería en la casa de sus abuelos maternos, en la puerta de la casa descargaban un camión de arena para que los críos pequeños jugasen en ella y sobre todo según la teoría del que aportaba la arena: “los niños pequeños tienen que comer tierra”. Para disfrutar cavando tienes que mamarlo desde chiquitito y aún así, ese don no cuaja en todas las personas. 
Dos cosas para terminar:
-         No sé que porcentaje de abuelos que nacieron y vivieron en pueblos, el contacto directo con la siembra, con los animales, las fases de la luna y su influencia en  la siembra por ejemplo, que dichos conocimientos morirán con ellos sin poder trasmitírselos a sus nietos. Y si se los transmiten no los comparten. Deberían reclamar un trozo de huerto a sus ayuntamientos para disfrutar de ellos, y enseñar a sus nietos  que las lechugas por ejemplo no salen de las máquinas. Pero sobre todo que vean cómo crecen las plantas y que sus manos toquen la tierra. Recuerdo a un maestro del piano en la actualidad, (me lo recuerda cada vez que nos encontramos) que cuando era pequeño su abuelo vino a casa le enseñé el huerto y el niño exclamaba: “Abuelo hay zanahorias vivas”.

-         Me estoy planteando montar una academia para que los críos del barrio a la vez que van a clases de todas las asignaturas,  al no  existir las que enseñan a nuestros infantes el lenguaje de la tierra, la siembra, …, y como no a cavar, dicho ejercicio físico además de ser más completo que jugar al fútbol, la siembra siempre da resultados, no como estar toda la niñez y adolescencia ejerciendo un deporte, que cuando se llega una determinada edad, casi todos se plantean su continuidad (sobre todo los que no están dotados para el fútbol por ejemplo) puesto qué, dichos deportes,  ni dan garbanzos, ni cebollas, ni boniatos.     

martes, 1 de abril de 2014

Africanos que sueñan con zapaticos nuevos y brillantes.

Es una foto que terminan de colocar en el foro de Benínar es lo que me ha motivado para sentarme a escribir. A los benineros nos pasa, que todo lo medimos o comparamos con lo ocurrido en nuestro querido pueblo. Allí se nos colocó “las piedras de toque” y en base a ellas hacemos nuestras valoraciones.  En la foto aparecen dos benineros que emigraron en los años cincuenta para trabajar en Montevideo. Vestidos en los años cincuenta como no podían costearse dicha ropa ni el alcalde del pueblo. Paseando por una de las avenidas de dicha ciudad cuando los de su pueblo andaban por caminos y trochas tirando de la soga que iba amarrada a un burro.
Cada vez que aparecen noticias sobre los africanos que intentan saltar las vallas, tanto los informadores como los políticos que manejan el cotarro, no han mamado (palabra que se utiliza en Cádiz a todos aquellos que llegan a dicha ciudad y comienzan a alabarla y el gaditano le contesta dicha palabra), no han vivido el día a día en un pueblo donde poco a poco se va despoblando. Eso le pasa a los informadores y políticos cuando tocan dicho tema. Les faltan matices, palabras precisas, se les nota que hablan por oídas no por conocimientos. Informan del salto a la valla, pero no de las razones por las cuales están arriesgando su vida en el salto. Les falta argumentar lo fundamental, que les impulsan a dichas personas a salir de su aldea. Les falta argumentar que volver significa, volver fracasado a su tierra cuando se está en plenitud de facultades y has gastado todo los ahorros de toda la familia.
Es necesario recurrir a la imaginación para poder describir, (los benineros que inmigraron no dejaron nada escrito) cual es el momento que deciden de marcharse de su pueblo, cuales fueron las razones que les impulsaron a tomar dicha decisión, la salida del pueblo hasta llegar a Cádiz, al puerto de salida, que medio de transporte utilizarían y cuanto tiempo en llegar desde Adra a la tacita de plata, Cádiz. Cuando embarcan y cuanto tiempo tardan en atravesar el charco. Donde más tenemos que poner imaginación es en el dinero que llegan a reunir en Benínar para iniciar el recorrido.
Recuerdo un personaje al que no llegue a conocer, que se decía de él, que salió para trabajar en Cataluña, y que vuelve fracasado y lo más grave en aquel pueblo, que se había rebajado a lo más bajo desde el punto de vista social, que en el recorrido había estado pidiendo. O no pudo adaptarse, no encontró trabajo, …, el caso es que regresa al poco tiempo de marcharse y lo que se decía de forma destacada, es que llegó con dinero en el bolsillo en breve espacio de tiempo y le preguntaban con guasa sus  paisanos:
-         Con el tiempo trascurrido desde que te fuiste hasta que has vuelto, seguro que en todo el recorrido de vuelta has tenido  que estar pidiendo. El contestaba.
-         Si te parece iba a volver dando.
A aquel beninero que no llega a adaptarse, en la actualidad se le preguntaría, por el número de coches que han lavado en la calle, la cantidad de pañuelos vendidos en los semáforos, el número de horas de gorrilla o el número de palomas asadas que cazaron en los parques.
No es el caso de los benineros que se marcharon a “hacer las Américas”, que en tan solo cinco años trabajando en vaya usted a saber en qué, como inmigrante, en su gran mayoría llegaron otra vez a Benínar, al pueblo de donde partieron con dinero suficiente como para comprase una finquita y llegar a vivir en su pueblo con una calidad de vida aceptable. 
Al margen de desarrollar cada una de las incógnitas planteadas anteriormente, lo que nos dice la foto es que de simples agricultores alpujarreños, en nada de tiempo llegaron a comprarse un traje, una corbata, unos zapatos relucientes y pasear por una capital dando dan la impresión de pertenecer a una clase social que en la España de comienzos de siglo XXI diríamos, “clase social media”.
Esas miles de personas que en la actualidad se encuentran deambulando cerca de las fronteras de Ceuta y Melilla, en espera de pasar a la UE, no sé si han sufrido tanto en el desplazamiento desde su país como sufrieron nuestros paisanos para llegar a Montevideo. No sé en qué tipo de trabajo están especializados. No sé a qué trabajo se podrán incorporar cuando lleguen a saltar la valla. No sé si después de vivir cinco años en la UE, podrán regresar a su país y comprarse una finquita. Por más que pienso y pienso en dichos inmigrantes, creo que los únicos que pueden valorar su situación son todos aquellos benineros, los alpujarreños  que decidieron marcharse de su pueblo para “hacer fortuna” en una tierra desconocida, como por ejemplo a Cataluña o a cualquier país europeo, por ejemplo a Suiza y Alemania.
Haber que gobernante de la UE tiene el coraje y argumentos  para montar una oficina "u lo que sea" en el monte Gurugú, sentar en dicha oficina  los mejores psicólogos, “u los que sea”, llamar a cada uno de dichos  africanos (pendientes del salto) y convencerlos que su sueño de conseguir un trabajo digno y una vida mejor en Europa no lo van a conseguir y por lo tanto tienen que darse la vuelta y volver a su lugar de origen. Aunque lo más difícil para el que emigra sea volver a su pueblo y llegar fracasado.

Tengo fe en la nueva generación de políticos españoles (puede ser una razón que me mueva a votar en mayo) que cuando se encuentre en el Parlamento Europeo, a sus colegas parlamentarios les convenzan para que convenzan a los africanos (tanto esfuerzo inútil para su gran mayoría formar parte de los que acuden a comer a los comedores de Caritas) que ni intenten salir de sus pueblos de origen ni llegar hasta las fronteras de Ceuta y Melilla. ¿O no es una solución aceptable para solucionar el problema fronterizo?. ¿O no tenemos que tener fe en nuestros políticos que dicho tema lo van a arreglar?.  ¿Serán capaces de que la solución sea volverlos invisibles y así el problema desaparece?.